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Intervención del portavoz parlamentario del PPdeG, Pedro Puy Fraga, en la Solemne sesión conmemorativa del XXX aniversario del Parlamento de Galicia

INTERVENCIÓN NO PLENO EXTRAORDINARIO
PARA CONMEMORAR O Trinta ANIVERSARIO
DO PARLAMENTO GALLEGO
Pedro Puy Fraga
(Portavoz del Grupo Parlamentario Popular)

Sr Presidenta, e ilustres miembros de la Mesa;
Sr. Presidente de la Xunta, e ilustres miembros del Gobierno;
Expresidentes y expresidenta de esta Cámara,
Expresidentes de la Xunta de Galicia
Diputados y diputadas que lo fueron en el pasado;
Señorías:

Los historiadores marcan el tránsito del Constitucionalismo antiguo al moderno, por usar la expresión del historiador americano Charles McIlwain, en el final del siglo dieciocho y el inicio de siglo XIX. La diferencia entre lo véselo y el nuevo constitucionalismo reside en que este último incluye la existencia de medios efectivos con los cuales limitar y controlar el poder de un modo auténtico, y no meramente retórico. Una diferencia que aparece reflejada a la perfección en el artículo XVI de la Declaración de los Derechos del Home aprobada por la Asamblea Nacional Constituinte francesa el 26 de agosto de 1789: “Una sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de poderes definida, no tiene Constitución”.
La democracia nace precisamente con el paso desde lo Parlamentarismo antiguo, en el que el Parlamento no es más con una figura decorativa al servicio del primer magistrado del Reino, el Rey, y que por lo tanto está sujeto a sus deseos  sin capacidad para ejercer una oposición real; al Parlamentarismo moderno, en el que estas asambleas, en palabras ahora del historiador gallego Faustino Martínez, “procuran ser algo más, con el propósito final de querer serlo todo desde el punto de vista jurídico y político para servir el pueblo, su auténtica razón de ser y fuente de su autoridad”.
El nuevo diseño institucional basado en el fraccionamento del poder monolítico del absolutismo en tres instancias (ejecutivo, legislativo y judicial) fijo que los Parlamentos se convirtieran en el poder central del sistema constitucional, un  poder surgido de los rescoldos y cenizas de la Revolución francesa. Un diseño institucional de filosofía liberal, en el que el Parlamento es el instrumento al servicio de la libertad, del hombre, de sus derechos, de la nación y contra poderlo, que se completa, ahora al calor de las cenizas y rescoldos de la Revolución americana, con la división horizontal del poder legislativo, ejecutivo y judicial en una organización multinivel de las potestades públicas.
No es por eslabón de extrañar que los primeros planteamientos políticos del galleguismo centraran su demanda en la constitución de una asamblea legislativa propia. Sea esta  la “asamblea legislativa gallega” dotada de autonomía fiscal y financiera y plena capacidad legislativa prevista en el proyecto de Constitución de 1887 de los federalistas gallegos; o había sido en las “cortes regionales” representativas del poder regional soberano para dictar sus propias leyes orgánicas y administrativas, propuesta por el gran Brañas en los puntos cuarto y quinto de su célebre Discurso sobre la crisis económica pronunciado ante el Claustro de la Universidade de Santiago de 1892. El caso es que todo el pensamiento galleguista políticamente articulado demandó la existencia de un Parlamento gallego. E irlo más allá del contenido específico de sus competencias, o de su forma de elección.
Fue a cuyo objeto también que el Estatuto del 36 al establecer la división de poder regional enumera, en su artículo 5º, y como primero titular de las atribuciones reconocidas a Galicia, su Asamblea Legislativa.
Y fue a cuyo objeto también que en una reacción descrita en sus memorias por Ramón Piñeiro, uno de los más claros artífices de la actual Galicia autonómica, como una reacción “fundamentalmente emotiva, el plano en el que –precisamente- Galicia estaba viva”; en esa convocatoria en la que, ahora en palabras de otro diputado de la primera legislatura, Ceferino Díaz, “juntos protestamos por el insulto y exigimos un nuevo Estatuto”;  fue por todo esto que el pueblo gallego se movilizó el 4 de Nadal de 1979 frente a prevista y finalmente olvidada Disposición última 3ª que sujetaba la capacidad legislativa de este Parlamentar gallego a la voluntad de las Cortes Generales incluso en su propio ámbito competencial.
Fue así como la lucha por mantener íntegra la capacidad legislativa de este Parlamentar frustró, en palabras ahora de quién había Sido Secretario de la Comisión redactora del Estatuto de los dieciséis, Francisco Puy, el “experimento de laboratorio en el que ensayar las fórmulas de diluir la autonomía gallega, de modo que frente a los modelos fuertes de autonomía, que serían solo la vasca y la catalana, la nuestra marcara un patrón de autonomía endeble que se aplicaría al resto de España”.
Nos contemplan hoy, gracias a los esfuerzos narrados, treinta años de vida de nuestro Parlamento, que es al igual que decir treinta años de autonomía política garantizada por la Constitución democrática de 1978 y más por nuestro Estatuto de Autonomía. Treinta años en los que, parafraseando a quién había sido el primer presidente de esta casa, Antonio Rosón, en la sesión plenaria del 19 de diciembre de 1981, el “imperativo fundamental de la reivindicación de nuestros derechos” fue sustituido por la asunción de la responsabilidad y por el trabajo de su realización, con la finalidad de desplegar todo el potencial creador de la Galicia autónoma, obviamente por el bien de todos los gallegos y todas las gallegas, que es al igual que mantener el compromiso y el trabajo por una España diversa y concurrente en la que tengan resonancia todas las melodías peninsulares.
La legitimidad histórica, constitucional y estatutaria que conforman la legitimidad originaria del Parlamento de Galicia, se han completado, por eslabón, con la llamada legitimidad del ejercicio de las potestades propias de esta cámara.
Hoy, el Parlamento ejerce su función representativa primaria, lo que el Profesor Recoder de Casso resume como “dar presencia visible a la realidad invisible”, en este caso, de esta fracción de Estado que es la autonomía. Y somos, y es el Parlamento, la asamblea que convierte la realidad plural de los gallegos y gallegas en una unidad política organizada, guiando y condensando la voluntad social en este órgano representativo.
Hoy, el Parlamento de Galicia ejerce también con plenitud su función presupuestaria, a más primitiva de toda Cámara legislativa, como prueba la convocatoria que mañana atenderemos para la discusión, debate y aprobación de los Presupuestos para 2012.
Hoy, el Parlamento de Galicia ejerce con plenitud su función legislativa, como lo demuestran los 35 proyectos de ley que quedarán aprobados al remate de este período de sesiones; o las tres proposiciones de ley y las dos iniciativas legislativas populares aprobadas también a lo largo de esta legislatura.
Hoy, el Parlamento de Galicia ejerce su función de control e impulso al gobierno, como demuestran las más de 59.950 iniciativas registradas en esta legislatura, un número que supera la suma de las presentadas en todas las legislaturas precedentes.
Hoy, el Parlamento de Galicia es la Cámara legislativa española que más horas trabaja y que más comisiones celebra. Es el mejor homenaje que le podemos rendir a los que durante décadas lo dieron todo, incluso su vida, por la instauración de instituciones de autogobierno.
Es cierto que cómo toda obra humana nuestro Parlamento, nuestras instituciones, son susceptibles de perfeccionamiento y de avance.
Es cierto que me los debería ser capaces de reformar el Reglamento de la Cámara, para facilitar el trabajo parlamentario y abrir nuevos canales de participación ciudadano.
Es cierto que me los debería ser más cuidadosos con la legislación que tramitamos y aprobamos, para darle a las leyes su valor principal: a generación de certidumbres y seguridades jurídicas a los operadores sociales.
Es cierto que me los debería ser capaces de avanzar en la coordinación y en la cooperación, también en el ámbito legislativo, con las Cortes de España y con los órganos legislativos europeos que conforman nuestro complejo institucional multinivel.
Todo lo eres es cierto, incluso que también me los debería ser más cuidadosos en el empleo de un lenguaje que ansia ser concuerde con los principios de la llamada cortesía parlamentaria. Mas compre, siempre, recordar que es la existencia misma de un parlamento democrático, desde que existe democracia, la prueba más evidente de pervivencia de la democracia misma.
Que me los debería recordar, como decía el grande jurista la quien correspondió presidir las primeras Cortes democráticas de 1977, que la democracia, “mientras obra de la voluntad libre de los hombres, es constitutivamente débil”. Y que en esa debilidad “que significa razón y humanismo, se encuentra su fuerza, una fuerza moral que excluye todo absolutismo, ata el absolutismo de la mayoría”, como dijo Kelsen.
Que no me los debería olvidar tampoco, como recordaba Hernández Gil nos convulsos tiempos que sucedieron al golpe de estado de 1981, que en estos tiempos también convulsos de crisis económica incomparable, en los que la ciudadanía comprensiblemente pierde la confianza en sus instituciones, que “los españoles propendemos, quizás, a representarnos a la democracia como algo que nos ha de ser dado en su acabada perfección antes que como forma de vida”, cuando “la democracia estorbe y si afirma en el trayecto cara ella, en la participación ciudadana, que no consiste solo en la respuesta a la consulta electoral o en el ejercicio de los derechos, sino también en el trabajo, en la cooperación, y en el sentido de la responsabilidad”
“Trabajo, cooperación, sentido de la responsabilidad”. Tenérmelos que, casi literalmente, reprodujo lo quien era entonces candidato y luego fue primer Presidente de la Xunta de Galicia, Gerardo Fernández Albor, en su discurso de investidura acogido por el incomparable marco del Pazo de Xelmírez hay hoy justamente treinta años, marcando lo que es el compromiso a lo que todos los miembros del Grupo Parlamentario Popular nos sentimos vinculados en estas tres décadas: “dedicar  nuestra voz en esta Cámara para convertirla en promesa de trabajo, garantía de unidad, afán de continuidad y solicitud de ayuda a cantos cuidan que, por encima de ideas y estrategias políticas, existe una realidad a la que llamamos Galicia”.
Una Galicia que tiene instituciones que, como este Parlamento, asumen “como tarea principal a defensa de su identidad y de sus intereses y la solidaridad entre todos cuantos integran el pueblo gallego”, del que forma parte, hoy y siempre, a Galicia de la emigración.
Que así continúe a ser durante muchas décadas más.
Dije.

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